jueves, 22 de febrero de 2018

Depredador: dale un respiro a Caperucita


El pasado día 16 de febrero, l@s valientes estudiantes de mi clase de educación artística, mostraron un auténtico arsenal para que Caperucita sobrellevara lo mejor posible su viaje por el bosque. La mayoría de las piezas elaboradas servían o bien a neutralizar al lobo o a herirle si fuera necesario ("antes Caperucita que el lobo, y si soy yo, antes yo", como creo dijo Alejandro).
En fin, se intuía por lo que se habló en clase que la cosa no iba de broma. Que lo que se juega Caperucita en ese viaje arquetípico es muy serio, que le va la vida, si no física (que igual también), la interna, la suave y maravillosa esencia de su persona más sensible, lo que en muchos lugares se llama "alma", ese recóndito espacio.
Vamos a ver: una madre que no es capaz de proteger a la niña, que la envía a ver a su abuela en su lugar, y la hace enfrentar un lobo, es decir, un depredador. 
El instinto está dormido o muerto en este sistema familiar. Todo está anestesiado, hay grandes dosis de egoísmo.
No hay padre. En la versión de los Grimm aparece en forma de cazador, pero en las historias antiguas no lo hay. No hay ley, no hay nadie que separe de la fusión, de la "devoración materna" que define Freud y continúa conceptualizando Jung de una manera bastante más piadosa y esperanzada.
Caperucita, ya lo dijimos, no tiene nombre, se la denomina por la cosa, la caperuza que usa: Asemejándola a un objeto podemos servirnos de ella.
Empezamos a sospechar que lo que pasa entre la abuela, la madre y el lobo es como un complot. Todos estos personajes parecen representar al soñante como en un sueño. En este caso un sueño que expresa la muerte del instinto saludable "Y se la comió".

Moraleja: el depredador es interno y externo. En el lenguaje psiquiátrico al depredador intraespecie se le llama psicópata. La mayoría están integrados en la sociedad. Según Iñaki Piñuel que sigue la línea del experto canadiense Robert Hare, nos encontraremos a unos 60 a lo largo de nuestra vida, es un porcentaje importante. También puede llamarse perverso o perverso narcisista. Lo cierto es que nuestra sociedad es cada día más perversa y más narcisista. Para que el mal se expanda necesita la cohorte del rebaño que respalde al perverso o al psicópata: sus seguidores, los cómplices. No se puede cometer un genocidio sin una sociedad que lo permita (Hitler y los altos mandos del III Reich no fueron los únicos responsables, y eso los alemanes lo han heredado y lo lloran sus genes). Estos depredadores desconectaron de su capacidad empática un día, y ya no se conectaron más. Me cuesta soportar esos diagnósticos que parecen condenas al infierno del mal "nunca cambiarán". Me gusta leer a Alice Miller y comprender que hay tanto dolor detrás de tanta arrogancia, tratando de huir del enorme peso de la vergüenza. El niño herido siempre está detrás de todo esto. Ojalá otro mundo sea posible, entre tanto Caperucit@s amémonos mucho a nosotros mismos, curemos nuestro instinto y protejámonos del mal. Que no nos pase como en la versión más antigua del "Cuento de la abuela" en que Caperucita, resulta ser al final, aun más perversa que el lobo.

Recomiendo leer a Alice Miller El drama del niño dotado, pero también otros de sus textos pueden situarnos en esta problemática de la herida emocional básica. Para el análisis de la perversión del cuento de Caperucita, Les relations perverses de Claire-Lucie Cziffra. Sólo conozco la versión en francés.

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