Estoy muy feliz con mis estudiantes, cada año desde hace unos pocos (después de una crisis de esas que pasamos algunas veces en la vida) me reafirman que son de lo mejor que me pasa en mi vida.
Aprendo siempre de ellos, me ayudan mucho a vivir. Como los sueños, de otra forma. Son mi tribu, mi familia ampliada en un sentido muy posmoderno y posbolonio de la cosa.
Hace poco pasó algo muy interesante en una clase de educación artística en primaria. Habíamos quedado en que coseríamos una frase de un sueño. Ya habíamos hecho un estado alfa y les comenté que cosiendo también se producen ondas cerebrales alfa. Esa tarde ellos sugirieron salir a uno de los jardines interiores a desarrollar la actividad y ahí pasamos la tarde. Fue estupendo. En pequeños grupos cosían y les escuché hablar de sueños, algo se produjo, ancestral, hermoso, verdadero, algo de lo que a mi me gustaría que ocurriera en la universidad como campo de transformación de lo humano. Varios de los chicos y chicas comentaron que era la primera vez que cosían. Se estaban enseñando unos a otros y lo que digo, en esos pequeños corrillos se compartía lo que a veces no es tan fácil en un corro más amplio, pero que indudablemente abre posibilidades a otras interacciones. Me enseñaron mucho de flexibilidad, de confianza, de fluir y de innovación en lo sencillo (aparentemente). Mi amiga Nati me contó que en Finlandia en las escuelas se enseña a coser y también cocina. En eso sí que me gustaría copiar el sistema finés.