Durante la clase en la que mostramos ese particular disfraz -que no lo parecía- poniéndonos en otra piel, llevando algo que normalmente no llevamos, realizando algo que no habíamos conseguido aun y volviendo positivamente a la infancia, lo que se produjo fue un abrir la brecha hacia el centro (del ser), pasando por ese paisaje vulnerable, pero que una vez aceptado y sanado, nos hace fuertes.
Lo que apareció en los diferentes discursos tuvo mucho de lo que las teorías psicoanalíticas junguianas mencionan como la sombra. Era lógico, ponernos en otra piel es una buena oportunidad para entrar en contacto con una parte propia proyectada en el otro, aun no vivida en el ego, pero que una vez integrada nos hace más completos, más capaces.
La experiencia nos hizo navegar por mares de emoción, donde hubo mucha empatía. Se trató de una experiencia verdaderamente arte terapéutica. Una aplicación de la arte terapia en la educación artística donde el grupo funcionó como contenedor de todas esas emociones. Fuimos uno/una en los relatos en cada cuerpo/alma expuesta.
Lo que se mostró no dejó de ser misterioso, la verdad profunda de cada cual solo compete a cada cual, afirmo otra vez, lo que pudimos hacer es a nuestra vez proyectarnos en cada compañero que tuvo la valentía de mostrar su transformación y compartirla.
Agradezco a todos por esa tarde inolvidable.
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