lunes, 24 de mayo de 2010

La máquina de café me invita a un capuccino


Esta mañana estaba trabajando en la Sala de Convivio, me encuentro con una movilidad en Coimbra y paso tiempo en este lugar porque tiene acceso a internet, vengo aquí para trabajar. Hay una tele grande y a veces están viendo un partido de fútbol y yo trabajando en una de las mesas del fondo. Por lo general, excepto en el tiempo previo de la "Queima das fitas" (una fiesta universitaria bastante brutal) la Sala de Convivio está tranquila y apenas vienen algunos habituales, o se reúne ese grupo de fútbol.
En este lugar hay una máquina expendedora de café, chocolate, té etc... en la parte de abajo también expende bocadillos y barras de chocolate, entre otras comidas vagabundas. Yo la frecuento por los cafés de la parte superior. La máquina tiene una fotografía de una mujer blanca, morena, sonriente con una taza de café en la mano y aunque apenas se puede ver de ella hasta su escote, parece estar desnuda o llevar un vestido "palabra de honor".
En fin la máquina esta mañana me ha invitado a un Capuccino. Cuando eché mis monedas, me devolvió (cambiado) el importe íntegro, y encima me ha dado quince céntimos "de propina".
Me ha alegrado el día y he sentido que la máquina tenía para mi un carácter humano que transcendía su aspecto de cosa. Supongo que he proyectado en ella mi gratitud por algo dado sin ser pedido, por un gesto tan amable "porque sí", aunque sea una máquina apenas, ya le he puesto nombre, se llama Blanca (he tratado de no salirme de la marca de la casa que es Bianchi).
Me he acordado de algunas escenas con las máquinas de comida vagabunda que hay en la estación de tren de Cantoblanco en la dirección a Sol- Atocha ¿os situáis? me he acordado de amargos momentos, esos días en que salía tardísimo de la Facultad y ya no sabía si tenía hambre o qué tenía, porque por desgracia había comido en alguno de los espantosos bares o restaurantes del cátering basura de nuestra querida Facultad (a ver si la Excelencia llega para poner unos cátering decentes que eduquen un comer sano), bien, pues en uno de esos días me dejaba llevar por la flojera y echaba la moneda de euro para pedir alguna comida vagabunda para terminar de rematar mi estómago pero arrastrarme a casa. Entonces la máquina se la traga por el morro, me desespero, golpeo la máquina, sin llegar a montar una escena, que tampoco tengo ese coraje, incluso llamo al número que marca para nada, para que salga una grabación ¿te han llamado alguna vez de vuelta, a mi no? Bien esas máquinas  creo que no tienen una foto humanizada en su cuerpo de máquina, o no lo recuerdo, pero igualmente han sido espacio de proyección de mis emociones y humores, me he sentido por ellas estafada y timada, sin razón, como en otros momentos de la vida, y entonces tomo cuenta de que estas máquinas, son receptáculo de emotividad sentimiento, y humanizadas en mi explosión de gratitud o enojo. Depositarias de mi historia de aciertos y desaciertos.